Algo de historia. |
Había tomado la decisión de no continuar con este relato por dos razones: la primera, sentí que podía
cometer una infidencia con asuntos muy personales de la protagonista y la segunda, existían unos hechos que no recordaba muy bien. Sin embargo, en estas vacaciones conversé en Italia con Juliana, leímos lo que había escrito, le gustó y estuvo de acuerdo en que continuara la narración, con ella ayudándome en los pasajes que yo no tenía muy claros. Me parece que la historia es interesante y entretenida, por lo que creo que vale la pena continuarla. Disculpen la longitud, pero es lo máximo que he podido resumir mis apuntes. Como diría el poeta: "me faltó tiempo para ser breve". Esa madrugada, mientras recuperábamos el aliento, Juliana me empezó a contar su historia. Nació y creció en el barrio La Milagrosa, perteneciente a la Comuna 9, Buenos Aires, un antiguo barrio obrero, situado en el centro-oriente de Medellín. Era la menor de cuatro hermanos, su padre, chocoano, poseía un Minimercado. Estudió en la Escuela Normal Superior de Medellín, ubicada en un sector boscoso del barrio Villa Hermosa; ahí comenzó nuestra afinidad: también cursé estudios en esa institución. “Era un chico moreno, alto y delgado, que siempre fue muy delicado y elegante en sus maneras, además vestía de forma muy colorida para la época”, me recuerda. Cursando el 7° grado, le llamó la atención un guapo adolescente, que iba a ayudar al jardinero de la Normal. Se dio mañas para acercarse a él en las horas del recreo, hasta entablar una conversación. La atracción fue mutua y las charlas continuaron por fuera del colegio; se veían luego de las clases, los fines de semana iban a una heladería en el Centro y luego a cine. Un Domingo, él la invitó a la casa de sus padres y, aprovechando que ellos estaban fuera de la ciudad, tuvieron sexo. Juliana tenía 12 años y su Romeo 16; fue la primera vez para ambos. ¡Yo me desvirgué en su culo! me presume orgullosa. Ella siempre fue muy buena estudiante, pero su rendimiento desmejoró, debido a que comenzó a descuidar sus deberes y a faltar a clases, por verse con Gonzalo, su novio. Tenían sexo en los potreros del sector, en los baños de los cinemas, en la casa de los padres, cuando estos se descuidaban. Juliana me cuenta, que no sabe como puedo aprobar ese año y pasar a 8°, si en lo único que pensaba era en tener relaciones con Chalo, el apelativo de su novio. Gonzalo era el tercer hijo del jardinero, vivían en el Popular un barrio ubicado en las laderas nororientales y era el encargado de transportarlo en moto, por todos los lugares donde prestaba sus servicios de jardinero, pintor, plomero, etc. Su habilidad en la conducción de las motocicletas la heredó de sus hermanos; estos habían aprendido cuando los combos del barrio, fueron requeridos por la gente de Pablo Escobar y necesitaban personal para manejar las motos. Habían sido los mejores, en un curso que se desarrolló en una pista clandestina en las faldas de los cerros aledaños; también aprendieron a disparar armas cortas y largas, a usar el puñal y a luchar cuerpo a cuerpo. Los dos hermanos debieron superar por amplio margen a todos los demás participantes, para convencer a los instructores, porque tenían un factor en contra: ambos eran gays y como maricas, no los tomaba en serio. Luego de los entrenamientos y de la valentía demostrada, se ganaron el respeto de los otros pillos, aunque algunos los seguían mirando con recelo. Participaron en varias vueltas para el Cartel de Medellín y muy pronto reunieron el dinero, para realizarse cuanta cirugía se les ocurrió. Se convirtieron en dos bellas adolescentes de 16 y 17 años, que con el dinero que les llegaba a borbotones, llevaban una vida de excesos y lujos, recordaba su hermano menor. Pero con el fin de Pablo Escobar, se inició la persecución de sus colaboradores. El mayor fue muerto en un enfrentamiento con el Bloque de Búsqueda y el menor huyó, dejando atrás propiedades y dinero, y se refugió en Lovaina, un barrio de prostitución en Medellín, donde se envició al bazuco y terminó como indigente. Chalo también quería hacer su transito y ser una chica (el tercero de la familia), pero no sabía cómo reunir el dinero. Juliana le propuso que se dedicara al negocio de las motocicletas y habló con su papa que tenia en la casa un garaje desocupado al lado del Minimercado. Le contó que eran novios y el viejo prometió apoyarlos, con la condición que ella siguiera estudiando; Juliana aceptó, pero no le comentó a su padre cual era el objetivo real de su novio. El negocio iba bien, tenían taller, vendían accesorios y repuestos, además Chalo enseñaba cursos de conducción en un lote abandonado del barrio; sin embargo, las ganancias eran modestas. Durante un par de años no hubo problemas, pero Chalo, se impacientaba, ya iba a cumplir 20 años y quería empezar su transición, deseaba sus cirugías, su tratamiento hormonal. Al paso que iba, “seré mujer a los 30 años”, se quejaba. Sin que Juliana se enterara, Chalo empezó a participar en cruces con un combo de su barrio de origen, El Popular. Robos, atracos y secuestros por encargo, hicieron parte del menú. Hasta que decidieron realizar una vuelta en grande: robar una transportadora de valores. Participaron cerca de 10 adolescentes, con la complicidad de ex empelados de la firma. Según le comentaron a Juliana, duraron cerca de un mes planeando el robo: un fuerte aguacero y un semáforo dañado jugaron en su contra; hubo una balacera en la huida, ya habiendo coronado el botín, la moto que conducía Chalo patinó por la lluvia y fue herido en una pierna. El copiloto murió instantáneamente. Pero un trancón, causado por un semáforo dañado, le impidió a Chalo huir con la moto y decidió enfrentarse a la policía, guarecido por una camioneta; fue dado de baja. El saldo fue de 4 muchachos muertos, un policía herido y 5 ladrones detenidos. Corría el año de 1998 cuando murió Chalo; Juliana tenía 15 años y por entonces ya se vestía de mujer. Decidió abandonar sus estudios y dedicarse de lleno al taller de motos, mostrando su vena de emprendedora. Con el paso del tiempo, abrió con sus hermanos, un almacén de accesorios para motos en el sector del Hueco, en el centro de Medellín. También continuó con los cursos de conducción, a pesar de que era consciente de que la mayoría de sus “alumnos” eran bandidos, por lo que les cobraba por adelantado. Cuando cumplió la mayoría de edad, vino a Bogotá, se quedó en el edificio de Ingrid y tramitó los documentos para viajar al Ecuador, ya que había averiguado que allí eran más económicas las cirugías estéticas. Una vez trascurrida la convalecencia, regresó al Santafé y al verse tan bonita, decidió probar un tiempo con la prostitución, mediante una página digital denominada Otros Gustos. Dados los excelentes resultados económicos, resolvió visitar periódicamente a la Capital de país. En el momento de conocernos, 2005, tenía 22 años y era su tercera temporada en la ciudad. Bien entrada la tarde del domingo, terminamos la plática, cenamos en un restaurante del centro, La Normanda me parece, intercambiamos números telefónicos y nos despedimos. Un fin de semana sorprendente, dio inicio a una intensa relación. Continuara.....
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Colega me tiene enganchado con sus experiencias. Hace bien en compartirlas. Yo empecé a comer trans hace 10 años y las cosas han cambiado bastante si comparamos sus vivencias con las mías. Continuaré leyendo con atención.
Posdata: buenas referencias literarias las que ha hecho.
A partir de ese día, con Juliana conversábamos largamente por celular,
muchas veces hasta el amanecer. Me hablaba de los muchachos de los combos de su barrio, de la migración causada por la violencia y otros temas sociales; descubrí que coincidíamos en el gusto por la lectura. Ella era clienta habitual de los gimnasios; acá en Bogotá iba a un GYM ubicado en la Carrera Décima con calle 24, cuyo dueño era un hombre gay, muy conocido en el sector. También decidió alquilar una habitación en una casa, unas cuadras más abajo del edificio, ya que el ruido de los nuevos bares, no la dejaban dormir. Nos veíamos los fines de semana, íbamos a cenar, a cine, pocas veces a rumbear, visitábamos pueblos de la sabana o nos quedábamos en mi apartamento viendo películas o jugando cartas. Juliana es muy hermosa y discreta, por lo que me encantaba salir con ella y sentir como las demás personas la admiraban. Ella era consciente de este hecho y lo disfrutaba. Después de averiguar con varios médicos en Bogotá, decidió viajar a Panamá, porque allí tenía consulta un otorrinolaringólogo norteamericano, que había desarrollado una técnica para feminizar la voz de las mujeres transgénero, mediante una cirugía en las cuerdas vocales. Una vez realizada la operación, regresó a Bogotá para recuperarse e iniciar una serie de terapias con un fonoaudiólogo. Puesto que el especialista atendía cerca de la Universidad Nacional y como sus ahorros se habían menguado por los costos de la operación, le ofrecí posada en mi apartamento (en la época vivía en Usatama carrera 30 con 26), que era lo suficientemente grande para los dos. Allí completó su recuperación, hasta que su voz quedó con todas las características de una mujer biológica. En Panamá, una amiga trans veterana, le mencionó que servía de enlace para llevar chicas trans de Centroamérica a Europa. Juliana siempre ha tenido una mente muy despierta para los negocios, por lo que este comentario le quedó sonando, ella podría realizar algo parecido en Colombia, pensó. Inicialmente decidió realizar concursos entre adolescentes de las comunas nororientales de Medellín, escogía los pirobitos más agraciados, les hacia una sesión de fotografía, las enviaba a España y allí escogían tres o cuatro. Los primeros catálogos se los realicé. Posteriormente, ella acompañaba los elegidos a Europa, para que los convirtieran en hermosas “chicas” y recibía su paga. Este procedimiento lo repitió un par de veces más, hasta que su conexión le pidió que ya no enviara más, que en Europa existía una superpoblación de trans putas. Juliana estuvo analizando la situación y llegó a una conclusión: putas puede haber muchas, pero acompañantes serias, chicas trans con clase, scorts de empresarios, ejecutivos y turistas, no abundan. Y recordó una de sus lecturas favoritas: Memorias de una geisha, de Arthur Golden. Las especialistas en este tipo de oficio requieren entrenamiento, tiempo y dinero. Decidió meterse de lleno en esta empresa, para lo cual negoció con sus hermanos su participación en el negocio de las motocicletas, vendió las joyas que durante sus trasegar le habían obsequiado diferentes clientes y admiradores. Juliana continuo con los concursos, pero mejoró los premios, ya no era solo una corona o un anillo, sino una buena cantidad de dinero en efectivo. Antes de un desfile, repartía propaganda en el sector y lo anunciaba por las emisoras comunitarias, así tuviese que pagar, con el fin de atraer el mayor número de participantes. El otro cambio era que le exigía a los jurados que no se fijaran únicamente en la belleza de la concursante, sino en sus modales, su cultura, en una palabra en su “clase”, de tal forma que la ganadora sobresaliera de las demás. Quien resultara favorecida, tomaba clases de glamur, etiqueta, fitness, maquillaje, nutrición, baile, además de recibir las cirugías y tratamientos odontológicos necesarios, para convertirse en una hermosa chica trans. Su pupila inaugural fue una morena de 1,80 metros, nacida en Apartadó, que resaltaba por su belleza y finos modales. Luego de las cirugías, practicadas en instituciones de total confianza, la chica quedó espectacular, recuerda Juliana. Invirtió gran parte de su capital, porque era su incursión inicial en el campo y además, se sentía identificaba con la ganadora. Aún conserva fotos del desfile y sí, se parecían mucho, solo que mi amiga tenía el cuerpo más tonificado. Viajó con ella a Europa y sus contactos quedaron encantados con su protegida; este hecho le abrió las puertas en el negocio, puesto que recuperó con creces su inversión y obtuvo una muy buena publicidad. Continuó con los concursos y los desfiles, pero ahora los realizaba por diferentes zonas del país. Costeaba las cirugías, el entrenamiento y los pasajes, establecía el compromiso de que le retornaran lo que había invertido en ellas, con el respectivo margen de ganancia y enviaba a las chicas a diferentes países de Europa, donde eran acogidas por miembros de una empresa de modelaje y luego recibía su comisión. En Bogotá organizó varias actividades, pero no encontró “el material adecuado”, parece que a las chicas trans rolas solo les interesa putear o peluquear, me señalaba jocosamente. El negocio iba viento en popa, pero Juliana quería más; desde su perspectiva empresarial, se dio cuenta que había mucho intermediario, lo cual rebajaba su margen de ganancia de manera ostensible. Continuará……
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• Antonio1234, Jpar2, Yotraves
Parceros, les recomiendo esta película: La virgen de los sicarios (1999),
basada en la novela homónima de Fernando Vallejo. https://www.youtube.com/watch?v=B5SAiyHHKvE (22-02-2023, 11:48 PM)QuintoPiso escribió: Parceros, les recomiendo esta película: La virgen de los sicarios (1999), Un clásico buenísimo. De lo mejor del cine Colombiano
A mediados de 2013, Juliana decidió viajar por su cuenta y riesgo a España e Italia,
para desde allí tratar de averiguar el funcionamiento interno del negocio. Pero fue imposible, sus contactos manejaban un nivel de secretismo difícil de permear; nadie contaba nada, ni acudiendo a estímulos monetarios. Decepcionada y cansada resolvió volver a Colombia, pero un afortunado suceso cambio sus planes. Por esos días, un compañero de universidad radicado en Barcelona y propietario de una firma de publicidad, me escribió un e-mail para ofrecerme un dominio .com que ya no utilizaba e inmediatamente pensé en Juliana: su empresa podía ser virtual y su portafolio digital. Hablé con ella y a pesar de su escepticismo inicial, logré convencerla acerca de las bondades del emprendimiento a través de Internet; accedió a comprar el dominio y a crear un sitio Web para su servicio de acompañantes. Junto con la empresa de mi amigo, desarrollamos estrategias para posicionar su página Web en los buscadores más conocidos. El crecimiento de la Agencia fue lento pero sostenido. Con el tiempo, a las colombianas añadió trannys de Panamá, Venezuela, Ecuador y Chile. Adicionalmente, incluyó al portafolio el servicio de acompañantes gays. Fueron seis años de arduo trabajo, pero que le rindieron muchos frutos, me recuerda feliz. La agencia de Juliana abrió sucursales en varios países de la unión europea, alimentada por sus hermanos, que crearon una empresa de eventos en Medellín, la cual mediante audiciones y entrevistas, reclutaba los mejores prospectos. Pero llegó la pandemia; 2020 y 2021 fueron dos años fatales para el negocio, la cuarentena y el distanciamiento social, redujeron sustancialmente los ingresos, mientras los costos fijos se hacían insostenibles. Cerraron sedes, devolvieron chicas a sus lugares de origen, entregaron viviendas y locales. Afortunadamente Juliana invirtió bien sus ahorros. Un veterano cliente y admirador suyo, le vendió, en unas condiciones muy favorables, un antiguo SPA, ubicado en las afueras de una pequeña población en el sur de Italia. A raíz de este hecho, durante el confinamiento, se dedicó a estudiar Cosmetología y tomó clases virtuales de italiano. Desde la finalización de la pandemia, ha consagrado todos sus esfuerzos a impulsar el Spa. Aunque sus hermanos decidieron recuperar el negocio de scorts, su participación ya es marginal. Está por cumplir los 40 años y me dice que añora conformar un hogar. Le pregunto que si en Medellín, me dice que aunque extraña su ciudad natal, no regresaría a Colombia porque es un país homofóbico y transfóbico. Mientras escribo estas líneas, escucho a Willy Colón cantando el Gran Varón: “Si del cielo te caen limones, aprende a hacer limonada”. FIN
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Cuando vivía cerca del centro, los fines de semana iba al bar de Remberto, el Imperio Romano, me acomodaba cerca a la nevera, colocaba música en la Rockola y me tomaba un par de cervezas; estando en la barra, colaboraba destapando cerveza o alcanzándole licor y bebidas al mesero. Esta ubicación, era un sitio privilegiado para ver eventos y escuchar anécdotas propias de un bar de prostitutas transgénero. Los hechos que describo a continuación, tuvieron lugar hace cerca de 12 años.
Un habitual cliente de los viernes, llegaba antes que anocheciera, se colocaba en una de mesas que tiene ventana hacia la calle y pedía media de guaro con una botella de agua. Allí permanecía observando, hasta bien entrada la noche; algunas veces invitaba una trans, le ofrecía licor y conversaba con ella un rato. De acuerdo con el mesero, dejaba buenas propinas. La persona en mención tenía alrededor de 30 años, mediana estatura, cabello corto, con una calvicie incipiente; además vestía siempre de traje y corbata, por lo que se podía deducir que trabajaba en oficina. Luego de un par de semanas, el tipo ya se acercaba a la barra y entablaba conversación con quienes nos encontrábamos allí. Los temas variaban desde fútbol, pasando por un poco de política, hasta llegar a las transgeneristas que entraban y salían del establecimiento; indagaba por la apariencia de ellas, su comportamiento, precios del servicio, lugar de residencia, etc., argumentando que era nuevo en este medio. Una noche ingresó al bar una marica costeña, poco agraciada y alguien comentó que esa vieja era vergona; nuestro nuevo amigo preguntó cómo se llamaba y la invitó para que compartiera con él. Luego de unos tragos, el hombre pidió la cuenta y salieron los dos. Un viernes, nuestro personaje repitió la rutina: media de aguardiente, botella de agua, silla frente a la ventana y observación de las maricas, que entraban y salían; solo que en esta ocasión solicitó una media adicional. Ese viernes, la rumba se alargó, tal vez era quincena y el lugar estaba lleno; pasada la medianoche, Rember bajó la reja de la puerta, no dejó ingresar más clientela y me pidió el favor que lo acompañara, que él me enviaba en el taxi de un conocido a mi casa. Ya un poco alicorado, el señor me llamó y me pidió que me sentara; —Tómese un trago —gracias, pero no tomo, le dije. Luego, sacó un billete de $20 mil y me manifestó que necesitaba un favor. —No me relaciono con droga —le manifesté y me pare. —No es droga lo que necesito. Escúcheme, por favor. Un poco abochornado, el fulano tendió su mano y me dio su nombre, el cual no recuerdo; pero para efectos de esta narración llamémoslo Juan. Luego de roto el hielo, entró en materia: —Me puede recomendar una chica trans, joven, bonita y honesta, que ojalá haya trabajado como maquilladora —susurro acercándose a mi oído—. Pago bien. Luego de pensar por un largo rato, le respondí: —En este momento no recuerdo alguien con esas características, pero tendré presente su solicitud. Juan me dejó su número telefónico, afirmando que si le ayudaba, habría buena propina. Nos despedimos. Cuando ya estaba en el apartamento, recordé a una trans, Lindsay, de quien yo era cliente por esos días; ella me había comentado que en su pueblo tenía un salón de belleza. Además, me parecía que cumplía con las otras exigencias de Juan. Al día siguiente, sábado, pasé de nuevo por el bar y en horas de la tarde vi a Lindsay: —Mira hay un cliente, que requiere de los servicios de una trans; él dice que hay buen dinero, pero necesita que sea estilista. —¿Y tu lo conoces? —preguntó. —Es un cliente del bar y parece buena gente. Este es su número de celular, si quieres llámalo y cuadran el negocio —le respondí. CONTINUARÁ.........
(22-02-2023, 11:48 PM)QuintoPiso escribió: Parceros, les recomiendo esta película: La virgen de los sicarios (1999), Me dejaron ver esa película por casualidad siendo bien niño, y digo que me permitieron verla fue porque la dejaron ahí abandonada con los otros casetts sin esconderla, el mismo año que la estrenaron, el año 2000 cuando la alquilaban en VHS los adúlteros para verla el día domingo. Encontrandola ahí, solo era introducirla en el aparato luego rebobinarla y listo. Un niño solo en la casa desparchado no habiendo más que ver toda la semana la veía una y otra vez, solo y sin supervisión adúltera... jajaja En ese momento me di cuenta y sin entender bien que en el mundo o por lo menos en el de la historia habían hombres que se culeaban entre ellos, que la atracción sexual no solo era entre seres humanos de sexo opuesto sino del mismo genero y de diferentes edades. Aprendí todas las groserías que se decían en Medellín en ese tiempo y como se veía esa ciudad sin haber ido a conocerla. El resto ya se los dejo para el que decida verla. Sin duda me dejo un sin sabor en la mente la manera en que el protagonista expresa el sinsentido de la existencia. Se cuestiona de forma misantrópica la sociedad moderna en nuestro subdesarrollado país y critica fuertemente la natalidad descontrolada y el embarazo de las mujeres. Imagínense yo reflexionando y tratando de entender toda esa vaina y esas imágenes en mi mente, allí sentado en el colegio a comienzo de año en la clase de ética y religión en el colegio. Luego leí a Fernando Vallejo tiempo después, autor del la obra de la cual fue adaptada y creo que también fue guionista participe de la película, enterandome de ese modelo de pensamiento y ese estilo literario que lo caracteriza. Esa película de sicarios no tiene nada, es una reflexión más profunda de la ley del más fuerte en la urbes del subdesarrollo, la falta de valores y empatía entre los seres humanos y de los seres humanos hacia los animales, porque después de todo somos otra especie animal más en esta tierra. |
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